En Corpus Christi, la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, la Iglesia Católica celebramos, agradecemos y damos gloria a Jesús por su presencia real en el Sacramento de la Sagrada Eucaristía.
Esta solemnidad fue establecida por el Obispo de Lieja, Bélgica, en 1246, a sugerencia de Santa Juliana de Monst Cornillon. Desde Lieja, la celebración comenzó a extenderse y en 1264 el Papa Urbano IV extendió la celebración a toda la Iglesia Universal a través de la emisión de la bula “Transiturus”.
También a petición del Papa Urbano IV, Santo Tomás de Aquino compuso el oficio litúrgico propio de la Misa de este día, así como los himnos. Esta composición es ampliamente considerada como una de las tradiciones más bellas del Breviario Romano (el libro oficial de la oración del Oficio Divino o Liturgia de las Horas).
La Eucaristía es “fuente y culmen de la vida cristiana” (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 11). En la Eucaristía, Jesús mismo vuelve a presentar Su Sacrificio en el Calvario (Lc 22,19-20; 1 Cor 11,26-29) para beneficio nuestro y se nos da en la Santa Comunión (Ex 16,4; Jn 6,1-14, 48-51), y se queda con nosotros hasta el fin de los tiempos (Lc 24,13-35; Mt 28,18-20). Viene a nosotros en esta humilde forma, haciéndose vulnerable por amor a cada uno de nosotros. Sin embargo, es Dios Mismo, y por tanto el Cuerpo y la Sangre de Cristo merecen nuestro mayor respeto y amor, y también adoración[1].
Corpus Christi es el centro de nuestra fe. Esta solemnidad, en palabras del Papa Francisco “nos invita a renovar el asombro y la alegría de este maravilloso regalo del Señor, que es la Eucaristía[2]”. Nos llama a reflexionar sobre la forma de celebración de la misa, sobre la forma en cómo participamos de ella, sobre nuestros compromisos personales y comunitarios de adoración y respeto a Jesús Sacramentado.
Corpus Christi es una invitación a la gracia y una invitación al llamado[3]. Tenemos que estar conscientes que es Jesús realmente presente entre nosotros y que decidió quedarse vivo en el Sacramento de la Eucaristía. Nuestra participación en ella es un momento de gracia, ya que la salvación y el perdón de Dios es algo que recibimos como un regalo, como una muestra de su eterno amor, a través de su Hijo Jesucristo.
Por otro lado, es también un llamado a participar de la vida de Cristo, de su ministerio, de su ejemplo, tomar y practicar las verdaderas lecciones que Él nos enseñó. El evangelio nos insta, repetidamente, a reconocer a Dios y a Jesús como la fuente de nuestra propia vida.
Un verdadero culto a la Eucaristía se refleja en el amor a nuestros hermanos y hermanas. Un compromiso que debe renovarse y vivirse diariamente.
[1] https://www.ewtn.com/es/catolicismo/fiestas-liturgicas/corpus-christi-20996
[2] Ídem.
[3] https://www.pildorasdefe.net/santos/celebraciones/solemnidad-corpus-chisti-cuerpo-sangre-cristo