Un año más se acerca el 31 de octubre y con él la eterna discusión entre los que están a favor de celebrar esta fiesta y sus opositores, por cierto, discusión que desde mi punto de vista es estéril. Pero lo que sí es insoportable es la avalancha de eslóganes publicitarios a través de series de televisión, anuncios, spots y no sé cuantos otros medios; todo con un simple objetivo venderte la idea de que lo siniestro y oscuro es más cool que la luz y la belleza.
Aparte de este detalle que no es de menor importancia, sigo pensando que hacer una discusión sobre este tema está sobrevalorado. En primer lugar, porque los favorables a esta celebración pretenden estar reviviendo tradiciones celtas milenarias, lo cual es una falacia, porque con las connotaciones actuales esta fiesta hace más referencia a una cultura cristiana que al círculo de piedras de Stonehenge. Otros simpatizantes de este día, afirman que es una fiesta para darle un culto a las fuerzas del mal y dar rienda libre a todo un ambiente de brujería y esoterismo. Lo cual me parece una estupidez, porque ya puestos a dejarnos dominar por las fuerzas del mal lo podemos hacer cualquier otro día. Pero ya la simple connotación de esta lucha entre el bien y el mal, y la personificación de las hordas diabólicas es una connotación bastante cristiana. El mismo culto a Satanás, por abominable que sea, es algo que solo se puede desarrollar como fruto de llevar al extremo la oposición a Dios, solo alguien que ha oído hablar o ha conocido el Dios cristiano, puede rechazarlo para tirarse en caída libre en las garras del Diablo. Como dice Chesterton los cristianos tenemos la libertad de hacer lo que queremos, hasta decidir condenarnos en el infierno. Con esto no estoy haciendo una apología de una fiesta que desde mi punto de vista ni siquiera es eso y, que nunca fue de mi agrado, por circunstancias más ideológicas que de fe.
Esto no quita el hecho que siempre hay una banda de imbéciles que aprovechan este día para dar rienda suelta a toda una lista interminable de trasgresiones y delitos. Pero seguramente si no existiera Halloween tratarían de revivir el culto a Baco para tomarlo como escusa para desenmascarar el monstruo que llevan dentro. Porque el problema de la violencia y las trasgresiones de la moral no es un problema de Halloween sino de una sociedad consumista y hedonista que privilegia el placer egotista sin importar el daño que se le puede causar a otros.
Luego está el Halloween de los “jóvenes light”: discoteca, disfraces y no sé que más memeces. Esta parte me parece banalmente estúpida. Para los amantes de los disfraces siempre es mejor el carnaval que tiene un aire un poco más festivo y, mi opinión, que en esta materia seguramente no tiene ninguna autoridad, para ir a una discoteca y hacer el ridículo no se necesita un día especial. En fin, una fantasía insípida que pretende hacernos mirar la oscuridad como si fuera la luz resplandeciente del amanecer.
Pero al final, después de todo este discurso la gran pregunta que yo no me puedo responder es ¿Por qué los cristianos celebran Halloween? Entiendo que un griego celebre la fiesta de Zeus, un islámico las fiestas de Mahoma, un budista las fiestas de Buda y así hasta el infinito. Pero no es coherente que un islámico celebre las fiestas de Zeus, de Buda o de Shiva. Así como es incoherente que un cristiano celebre Halloween. Pero esa incoherencia también es parte de los defectos de la libertad humana.